domingo, noviembre 18, 2007

Senderismo histórico en Peñíscola

Por circunstancias familiares, he estado un par de días en Peñíscola. En principio tuve que renunciar a mi sábado senderista. Sin embargo, he podido hacer una ruta muy atractiva. La he llamado “El imaginario por Peñiscola”.

Nada más salir del hotel , me encontré con las señales rojas y blancas de un Gr. Muy interesado, las fui siguiendo en unos 4 kms de agradable paseo junto al mar. Al fondo, la inconfundible silueta del tómbolo de Peñíscola. Resulta que dicho Gr es “ apócrifo”,no hay existencia oficial del mismo. Seguramente, algún gracioso lo ha ido marcando por su cuenta. Decepcionado, pues me rodeaban las edificaciones turísticas, las tiendas de recuerdos, las manadas de turistas domingueros… pensé en regresar, pero… algo en el ambiente me impulsó a quedarme y buscar una atalaya desde la que pudiera contemplar todo el paisaje. De repente, pude abstraerme de tal forma, que turistas, hoteles, souvenirs y bares desaparecieron y me vi convertido en pétrea masa, formando parte del paisaje, del mar, de las cercanas montañas. Solos la isla y el mar y allá a lo lejos, un grupo de velas que se acercaban. Eran los griegos que me llamaron Kersonesos: la península. A mis pies, comerciaban con las tribus de ilercavones, que temerosos, se acercaban desde las cercanas montañas.

Pasado el tiempo, nuevos navegantes, esta vez romanos, me cambiaron el nombre: Penae- iscola ( la casi isla ). Disfruté de un largo periodo de paz, hasta que otros visitantes, esta vez llegados de Afríca, me llamaron Banáskula. Cientos de años después, nuevos invasores, esta vez cristianos, edificaron sobre mi, imponente castillo templario. Gruesos muros, elevadas almenas,

irreductibles defensas sirvieron de refugio al más ilustre de mis habitantes, el Papa Luna, que aquí, recogido en la ciudadela, oteaba el mar, esperando el regreso triunfal a Roma, cosa que nunca ocurrió. Mar y cielo, igualmente azules, han estado velando mi espera en los tiempos, viendo pasar invasores y vecinos, presencias y ausencias, guerras y asedios.

Todavía recuerdo con dolor, el atroz bombardeo al que el general Elio me sometió. Más de 60.000 proyectiles cayeron sobre mi, Arrasaron el caserío completamente y sólo el grosor de los muros me permitió sobrevivir. No creais, he tenido mi presencia literaria. Un tal Blasco Ibáñez escribió un precioso libro sobre mi y mi ilustre vecino don Pedro de Luna: “El Papa del mar”. Gracias a él, fui conocido en todo el mundo. Incluso debuté en el cine, de la mano de dos películas….

De repente, unas voces infantiles me hicieron volver a la realidad…¡ Papá, papá mira un barco!. Eran dos niños que oteando el horizonte, veían las velas de un barco… ¿Quizás sería el que esperaba el Papa Luna desde su ventana?...
Oteando el mar, barco varado ,
fuerte quilla, alta arboladura,
donde se encima un sueño…
La sombra de un Papa
empavesa la recia escarpadura…
Peñiscola, en la noche, nave anclada,
la que afila vientos marineros,
Piedra rugosa, de aridez herida,
aunque perenne roca desolada,
trazadora de eternos derroteros,
tajante proa hacia la vida…

El resonar de estas palabras, leidas en una antigua placa junto a las murallas, me fue acompañando en mi regreso al hotel.
De cuando en cuando, volvía la vista, no quería dejar de ver su imagen recia…¿su imagen? ¿mi imagen?....¡ una vez yo fui tú!







No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.