Después de un agradable paseo de dos horas de coche, llegamos a lo que sería nuestro hogar durante dos días: el Hostal Las Grullas ( ¡cómo no!) en Tornos.
Valoración previa positiva:limpieza, diseño, atención personal agradable...Rápidamente iniciamos las salidas. Se trataba de ganar altura para poder orientarse sobre la zona...¿dónde?..pues en lo alto del castillo de Tornos.
Una fuerte aunque no excesiva cuesta, nos llevó a una atalaya fantástica. Desde los torreones divisábamos de un vistazo "todo, todo,todo". En primer término, la ermita de la Virgen de los Olmos...no quedaba ni uno...ya se sabe..el hongo. Más allá, un observatorio de aves y tras él¡ nuestro obetivo: la Laguna de Gallocanta. Ni cortos ni perezos, descendimos del castillo y atajando por campos y regatos, comprobamos de cerca que la ermita antedicha, era realmente bonita y más aún al ver el inmenso "peiron" que tiene al lado.
Discusiones sobre la identidad de los santos en sus hornacinas nos hicieron perder algo de tiempo y continuamos hacia el observatorio. Grullas no vimos, pero sí plumas que fuimos recogiendo como trofeo.Una inoportuna acequia, nos impidió llegar a nuestro destino, así que optamos por regresar al hostal para reponer fuerzas con un adecuado condumio y brevísima siesta. Por la tarde, iniciamoa de nuevo la marcha, pero esta vez con el coche...las distancias eran imposibles para ir andando.
>Primera parada: el Castellar, poblado celtibérico junto a la laguna. Desde lo alto de sus enormes sillares, pudimos ¡¡¡por fin !!! divisar las primeras...cientos de ellas...grullas. Segunda parada: aproximación a la seca orilla de la laguna y de nuevo avistamiento de las aves.
Tercera parada: la ermita del Socorro. Allí, nos unimos al montón de "avistadores" que esperaban impaciente el regreso vespertino de los pajarucos. Nos moqueó un tanto, el ver cientos de ellos descansando tranquilamente en el fango salobre, señal de que no veríamos regresar a muchos.
Tuvimos la gran suerte de contactar con un par de atentos ornitólogos que nos permitieron otear a las grullas con sus potentes telescopios. Además nos ilustraron con interesantes explicaciones y lo que es más importante, nos dijeron dónde debíamos ir a la mañana siguiente para poder ver partir a las aves hacia sus comederos matutinos.Visto que por la anochecida no veríamos volver a los bichos, optamos por regresar a cenar y completar la velada con un paseo por Tornos "la nuit", donde comprobamos que el personal: o no está, o no sale por la noche...No nos cruzamos con nadie.Como teníamos que madrugar, nos fuimos a dormir...cada grulla a su charco.
Las 6.30 sonaban en la torre de la iglesia y ya estábamos abriendo la puerta del hostal, debidamente abrigados y pertrechados con cámaras y prismáticos. Llegamos a lugar indicado por nuestros amigos ornitólogos y esperamos la amanecida. Un creciente escándalo se iba escuchando en la oscuridad. Eran las grullas que se despertaban y empezaban el jaleo. De pronto....¡¡mira, mira!!!, una escuadrilla en perfecta formacion de V venía hacia nosotros. Silencio y pasan por encima de nosotros, a escasos tres o cuatro metros..Podíamos escuchar el ruido suave de sus alas. Ni que decir tiene que habíamos escondido el coche por consejo de nuestros amigos. Apenas repuestos de la visión, una y otra y otra y otra...sucesivas oleadas de garzas hambrientas nos sobrevolaron por un costado y otro y fueron a posarse muchas de ellas, a escasos doscientos metros de donde nos encontrábamos. Y de nuevo, espectáculo de la Naturaleza. Un zorro, que no había desayunado, se acercó a las garzas con aviesas intenciones. Se ve que los bichos ya estaban acostumbrados al cánido, así que lo ignoraron con parsimonioso desprecio. Terminado el espectáculo, fuimos a desayunar y satisfecha nuestra deuda con la dueña del hostal nos dirigimos a Daroca para tener nuestra visita cultural a tan histórica ciudad.
La verdad es que la recorrimos bien, pues estuvimos casi 4 horas disfrutanto de sus palacios, murallas, iglesias y demás monumentos. Todo lo que vimos, está reflejado en el Picasa que acompaña la presente crónica. La guinda visitadora fue el puente romano de Luco de Jiloca de cuya vista pudimos disfrutar en el viaje de regreso.
Una encuesta de urgencia entre los asistentes, dio como resultado que la actividad desarrollada había sido excelente, disfrutando al máximo, sin un pero ni un manzano.