Parafrasear a los gladiadores de la antigua Roma, fue lo único que se me ocurrió al contemplar allá en lo alto, el castillo de Borriol al cual habíamos decidido subir. Encrestado, altivo,esquivo, atemorizante, orgulloso, ”pendenciero” ( por lo de pen…diente), desafiante... Bueno ya le hemos dedicado suficientes adjetivos. El caso es que decidir por dónde se atacaba la fortaleza ya fue complicado. Las informaciones lugareñas hablaban de una “xicoteta senda”. Debía ser muy “ xicoteta” porque no dimos con ella. Unos, como el viajero, optaron, en un alarde de temeridad, por el todo hacia arriba. Fue de ver la expectación y acongojamiento ( porfi, no cambiar letras al leer) creados, temiendo una caída dado lo escabroso del terreno. Una misericordiosa roca paró el temerario avance. Otros, más reflexivos, optaron por ir arrancando metro a metro al pavosoro desnivel, buscando unas lazadas que les hicieron aproximarse, sólo aproximarse, a la primera muralla Visto lo visto, cada quisqui optó por una personalizada y honrosa retirada. Fraccionado el grupo, nos reencontramos en una jardincillo, con bancos y fuente, en el que dimos buena cuenta de las viandas.
Recuperadas las fuerzas, visitamos el casco antiguo: iglesia, puerta medieval y museo. La pena es que el museo era del tipo “escaparate”. Desde la calle ves lo que hay y punto. Las gestiones que realizamos en el ayuntamiento resultaron infructuosas y tuvimos que limitarnos a contemplar los miliarios desde el exterior.
Reemprendimos la marcha siguiendo las señales de la Vía Augusta y nos acercamos a la ermita de San Vicente, preciosa edificación del s. XVIII en el que se mezclan a gusto lo religioso y lo pagano.
Dos piedras. Una en el altar de la ermita, fue desde la que predicó en 1400 el santo valenciano y es objeto de la veneración de los fieles. La otra, un miliario truncado ( o sustituto, según las últimas noticias) tiene, dado su aspecto fálico, sus propias fans, que, cuando quieren quedar embarazadas, además de hacer lo que por naturaleza corresponde (¡ ejem!), acuden a pasar la mano por la piedra. También debe tener mucha devoción, pues por la parte superior está super,mega pulida. Hicimos la foto de rigor y fue curioso el contemplar como alguna y algún, se limpiaban la mano después de haberla tocado inadvertidamente, no fuera a ser que…
Regreso hacia el pueblo y puesta la vista en el horizonte, comprobamos que todavía quedaba una fita por coronar: el Calvario.
Rivalizaba con el castillo en prestancia y desnivel, pero disponía de una piadosa subida, enmarcada por las torretas de los misterios, que servían a las devotas feligresas para ir descansando en la penosa subida. La vista desde la ermita, sencillamente majestuosa.
Y el regreso, de puro jolgorio. El viajero no entendía el motivo de tamaña prisa por bajar y era porque no se había enterado de que el personal estaba conjurado para…¡ el shopping!. Había sido localizado un horno en el que había cosas ricas.
Féminas y algún varón, algunos varones, bueno todos menos dos, nos dedicamos a dejar la antigua panadería sin existencias. No contentos con ello, despedidas apresuradas, porque algunos siguieron el rastro hasta el mercadillo de la plaza, donde se dedicaron a la compra convulsiva. Otros, más prudentes, nos dirigimos a los coches, con el buen sabor de boca de una ruta agradablemente disfrutada.